Aunque con frecuencia se atribuye a la época de los egipcios, el origen del perfume se remonta más atrás aún, a la Edad de Piedra, cuando los hombres quemaban maderas aromáticas y resinas que desprendían un olor agradable para complacer con humo a sus divinidades. Es esta forma aromática, a través del humo, quemando maderas o inciensos, “per fumum” en latín, la que dará lugar posteriormente al término “perfume”.
Los perfumes son esenciales en el ceremonial religioso y gracias a fórmulas descritas en pergaminos egipcios, hoy conocemos bastante de los perfumes litúrgicos. Los sacerdotes egipcios utilizan diferentes esencias según el momento del día: olíbano (Frankincense), conocido en la actualidad como incienso, al amanecer, mirra a mediodía y kyphi al anochecer. Este último es el más conocido de los perfumes egipcios, con una fórmula compleja con gran número de ingredientes.
En la India, el perfume también es conocido en la civilización del valle del Indo, del 3300 a.C. al 1300 a. C. La destilación del ittar, un perfume natural, se destaca ya de hecho en los textos ayurvédicos (doctrinas médicas del período posvédico, posterior al siglo VII a.C.) Charaka Samhita y Sushruta Samhita. En lo que se conoce como la antigua China, el perfume se guarda en las populares “bolsitas perfumadas”, pequeños saquitos de tela o de hilo de oro que contienen hierbas aromáticas en su interior.
Los griegos llenaron de perfumes sus mitos, perfumaban con aceites las estatuas de sus dioses, así como los cuerpos de los atletas y de las mujeres. Alejandro Magno era un gran aficionado a los perfumes e inciensos y hacía empapar sus túnicas con esencia de azafrán para dejar una estela a su paso.